miércoles, 24 de abril de 2013

Qué, cómo y cuándo.

Hace una semana, quizás, pensé que iba a escribir sobre Vicente Huidobro; exactamente sobre sus manifiestos. No soy una entendida, por tanto, sería más bien un juicio casual y “precipitado”. Aunque, pensándolo bien, la primera impresión… Bueno, mucho podríamos hablar sobre la primera impresión. Quizás más adelante, cuando me haya leído todos los manifiestos, y quizás también cuando haya leído algo más de este autor, opine. Sobre Unamuno prefiero no decir nada, o sobre Crónica de una muerte anunciada. Quien me conoce sabe bien por qué. Espero en un tiempo no muy lejano poder juzgar con más juicio, si se puede y valga la redundancia, a alguno de estos autores. Pero cambiaré el tono, porque ya me estoy pareciendo a uno de esos altaneros petulantes que predican por ahí su sabiduría o más bien, en este caso, lo que podría ser una falsa modestia y no es.
Y del último fragmento al presente, han pasado 24h. Es fácil perder el ritmo que uno llevaba escribiendo, esa inspiración que muchos critican pensando que no es sino una mano divina. Creo que es, simplemente, y simplificando mucho, un momento en el que tu mente está más preparada para dejar fluir las ideas.
Y esta es la prueba, ni más ni menos, de que por mucho que estés dispuesto a escribir, quieras o te empeñes en ello, un día no es igual que otro, y por tanto, los estímulos a los que ha estado expuesto la mente tampoco. Y todo influye. Y hoy no fluye.
Le dejo el testigo a A.

(S)